domingo, 20 de diciembre de 2009

Espinas sin rosas

Esperando sin conocerte comprendí que el tiempo pasa más de prisa de lo que uno imagina.
Hoy me di cuenta cuán lejos quedaron esas noches de madrugada y esas miradas cruzadas.
Hoy vi la realidad que mis ojos esquivaban cuando mi corazón palpitaba.
No había razón en el sinrazón.

Mi imaginación solía deambular en las más increíbles fantasías, pero en mi cuento de hadas yo nunca fui tu princesa.
Soñaba despierta un mundo en el que uno más uno era mucho más que dos.
Imaginaba un viaje eterno más allá de las fronteras de mi razón.
Al final, amanecí sola en la tarde de hoy y con una mueca en lugar de sonrisa.

¿A dónde van las palabras que no se dicen? ¿A dónde se esconden los besos que no se dan?

Un montón de pensamientos cruzaron por mi cabeza en el más tieso instante. Iban y venían galopando sin parar.
¿Y si el tiempo no es el que marcan los relojes sino el que uno decide transitar?
¿Y si fui yo la que sola jugó, sin ensuciarse, una mala pasada sin poder echarle la culpa al destino?

Sigo perdida en este laberinto de preguntas armando el rompecabezas de respuestas.
¿Y si pongo una pieza en el lugar incorrecto? ¿Y si lo hago en el momento incorrecto?

¿Y si el tiempo es un rompecabezas que ya armé mal?

Tiempo. A veces tanto, a veces tan poco.
Nunca es suficiente, nunca nos conforma.

Hoy la fiesta fue en la cocina, el baile sin orquesta y los ramos de rosas con espinas. ¿Cómo será mañana?


lunes, 14 de diciembre de 2009

Víctimas de su belleza y nobleza







Hace poco vi un documental llamado "The Cove" ("La Calera"), que muestra la cruenta matanza de delfines que se lleva a cabo en Japón, específicamente en Taiji. El protagonista del documental es Ric O'Barry, el sujeto que en un pasado lejano entrenó a los delfines que grabaron la serie televisiva "Flipper". El mismo que desde hace treinta años pelea contra esta cacería que, a su entender, contribuyó a generar, ya que el amor asesino e interés por los delfines surge a raíz de la gran ternura y simpatía que emana de Flipper (aunque suena raro introducir la palabra amor en esta historia). Cuesta creer la saña desplegada contra una de las criaturas más hermosas de la Tierra.

La triste realidad cuenta que todos los años, entre los meses de octubre y abril, pescadores de la aldea de Taiji cazan 20.000 delfines y otros pequeños cetáceos de forma cruel. Acorralando algunos en una ensenada de baja profundidad para atraparlos e hiriendo deliberadamente a otros para retener a los miembros de su familia, ya que los delfines no abandonan a los miembros de su familia que están sufriendo, sino que se quedan a su lado para intentar defenderlos. La escena de las aguas teñidas, literalmente, de rojo por la sangre de los cetáceos, que durante la captura resultan heridos mortalmente, es cada año una terrible realidad que los pescadores tratan de ocultar a la prensa y los observadores que se acercan al lugar. De hecho, en el documental muestran cómo varios japoneses arbitran de "espantacámaras" bajo el grito de "private area", manteniendo alejada a toda persona que intente registrar dicha matanza, ya sean periodistas o civiles. Otro capítulo en el que el lado más salvaje del hombre sale a la luz. Impartiendo miedo a las personas y terror a los animales demuestran el poder que les confiere el sucio dinero que proviene de dos negocios vilmente lucrativos: la producción cárnica y la caza de ejemplares vivos para cautiverio.

Para la producción cárnica los delfines son literalmente acarreados en camiones a mataderos cercanos donde mueren degollados y desangrados. Si ya se te están retorciendo las tripas, no te imaginás la sensación amarga que te deja el documental, donde no sólo ves las imágenes sino también escuchás los alaridos de dolor de estos animales hermosos. Mueren de dolor y sufriendo. Las lágrimas son incontenibles. Así, la carne, falsamente rotulada como "carne de ballena", satisface el consumo de la población japonesa e internacional, donde cada vez tiene mayor demanda, ya que desde 1986 hay una prohibición respecto de la caza de ballenas con fines comerciales. Los delfines no corrieron con tamaña suerte. Me pregunto por qué una persona tiene necesidad de probar la carne de estos seres. Carne que además está contaminada con mercurio afectando la salud de los consumidores. Este dato también se oculta. ¡Cuánta hipocresía!

Por su parte, la captura de ejemplares vivos (generalmente hembras jóvenes) para delfinarios y parques acuáticos (para sus programas de "nadar con delfines") las condena a vivir hasta el último de sus días confinadas en piscinas de "entrenamiento". ¿Imagina alguien la desesperación que se debe sentir al pasar una vida entera encerrada en un lugar minúsculo cuando el hábitat natural es, nada más y nada menos, el océano? Agregándole, además, que esa vida implica una rutina extenuante y desgastante que consiste en hacer los mismos trucos día tras día para que cada persona lo disfrute por un plazo máximo de 20 minutos. ¿No te parece injusto someter a una criatura (la que sea) a una "vida" así? ¿No te parece demasiado egoísta que por el placer que seguramente provoca "nadar con delfines" ellos estén condenados a un sufrimiento eterno? El gran pecado de los delfines es el parecer tener una sonrisa permanente.

La industria de los delfines en cautiverio nos muestra la imagen en que los dueños de estos centros se erigen como "salvadores" del destino de los delfines como plato principal. Eso no es verdad. Los delfines y otros pequeños cetáceos capturados para la cautividad representan un valor comercial mucho mayor para los pescadores japoneses que la venta de su carne para el consumo. Así como también genera la multibillonaria industria de los delfines para cautividad. Nadie está salvando a los delfines de la muerte. Por el contrario, están ayudando a mantener esta práctica cada vez que sacan provecho tanto los pescadores como la industria pesquera. Esto debe ser detenido.


Los pescadores de Taiji declaran que matan a los delfines porque éstos son una plaga que esquilman los recursos marinos y que, por lo tanto, necesitan neutralizar a esta competencia natural. Falso. Desde hace tiempo ya que los delfines no abundan. De hecho en lugares asiáticos donde antes habían miles, ya no hay ni siquiera uno. Ni UNO solo. Si los pescadores no tuvieran el permiso de las autoridades, tendrían que acabar con esta actividad. ¿Cómo consiguen el apoyo de las autoridades? Mediante el intercambio de favores con los países del tercer mundo que brindan su apoyo en la ONU a cambio de dinero, obras, etc. O sea, una vergüenza mundial.

Es necesario hacer saber a las autoridades japonesas que estos crímenes contra la naturaleza son inaceptables para el resto del mundo. Por ello se está organizando una gran protesta mundial para enviar un poderoso mensaje al gobierno japonés: DETENGAN LA MATANZA DE DELFINES.

El gobierno japonés y los pescadores dicen que la caza de delfines es parte de la cultura japonesa. Pero en realidad, la mayoría de los japoneses no saben que la matanza de delfines existe. Diversos observadores de organizaciones conservacionistas (One Voice, Earth Island Institute y Elsa Nature Conservancy) han viajado a Taiji en reiteradas oportunidades para documentar y exponer la masacre de los delfines al resto de Japón y del mundo. Sumate a las voces de reprobación. Son cada vez mayores y cada vez más firmes y fuertes. ¿Quién te dice que aportando un solo granito de arena -haciendo circular la información por ejemplo- contribuyas a salvar el planeta? Sí, porque además de ser seres adorables que en algunos (como yo) despiertan una ternura y compasión particular, forman parte de la cadena de la vida que la sabia naturaleza se ha encargado de hacerla funcionar a la perfección. No la destruyamos.

Si tienen oportunidad, no dejen de ver el documental, es estremecedoramente doloroso e indignante.

Fuente: documental "The Cove", www.animanaturalis.org/p/1110/detener_la_matanza_de_delfines_en_japon






sábado, 5 de diciembre de 2009

La moda que no hay que seguir

Hace unos días fui a un negocio de ropa (de esos donde varias marcas se pelean entre sí) donde se anunciaba en letras grandes y coloridas "outlet". Soy cliente asidua de ese local por lo que decidí darme una vuelta y ver si alguna vez puedo hacer algo de economía. La respuesta, obviamente, fue NO. Pero eso no fue lo más extraño. Lo que por momentos me dejaba sin aliento (estupefacta, por decirlo de algún modo), comienza acá.

Llegué temprano para encontrar algo que valga la pena (en estos casos se sabe que lo más lindo se vuela demasiado rápido). Primera señal de alarma: tuve que hacer cola para entrar. No lo podía creer ¿tan desesperadas estamos las mujeres que buscamos excusas como el outlet para salir corriendo a cuanto negocio de ropa se cruce enfrente de nosotras? Parece que sí. Por suerte sólo esperé unos diez minutos.

Logré la, a esa altura hazaña, de entrar. Segunda señal de alarma, primera señal de pánico: el caos personificado en todas esas hormiguitas, holgazanas aunque astutas, que dejaban la vida por alcanzar esa percha que se cruzaba delante de sus ojos. Por segunda vez en la mañana, y con espacio de 15 minutos, no lo podía creer. Me pregunto ¿por qué otras cosas las mujeres estamos dispuestas a luchar de la manera que lo hacemos por la ropa? Porque eso era una lucha: empujones mal simulados, codazos y pisotones por debajo de la mesa, brazos cruzando por encima de todo para alcanzar eso que a simple vista sirve (aunque eso significara llevarse un par de cabezas en el camino). Nunca imaginé tantas similitudes con una manada salvaje y hambrienta de hienas frente a sus inocentes presas, sólo que ellas lo hacen para sobrevivir. [Parece que estamos alterando y maldireccionando la escala de valores].

A esa altura no podía más que mimetizarme en la situación y empezar a reclamar lo que me pertenecía. Tras recojer varias prendas que sabía que no me iba a comprar, y en el caso que las comprase, sabía que no las iba a usar en la vida, me dirijo a los probadores,
sólo porque estaban baratas. Ajá. ¡Alarma, pánico, estupor! Nuevamente cola y esta sí que me llevaría más de diez minutos. En fin, ya estaba en el baile, había que bailar.

Tras media hora de claustrofobia logro salir airosa de los probadores. Obviamente la selección se redujo a mucho menos de la mitad. Creo que hasta logré sonreír. Duró poco. Empecé a mirar los precios de las preciosas prendas que había elegido y sácate ¡de ganga no tenían nada! Estaban un poco rebajadas, sí, pero también estaban muy alejadas de las letras coloridas de la publicidad. A esa altura ya estaba entusiasmadísima y no podía dejar que ninguna se perdiera en las manos (y en el guardarropas) de otra cliente feroz, asique empecé a hacer malabarismos, trucos y magia con las matemáticas hasta encontrar una salida a tamaña encrucijada. [¿Distorsión de la realidad? Sí, tanto que avergüenza].

Ya más relajada me fui a hacer la cola para pagar. Más relajada es una forma bastante surrealista de decirlo porque entre los precios, el cansancio y la salvaje lucha, no podía estar relajada. Nuevamente la cola representaba una eternidad, pero yo seguía bailando. Sin embargo en ese momento, y tras haber agotado mi cerebro en las situaciones previas, me dediqué a mirar, más bien a observar. Y nuevamente me sentí descolocada por esas mujeres que mostraban caras de alarma y pánico (como lo hice yo, y como lo harán tantas a lo largo del día), rostros desencajados y hasta un poco perdidos (en busca del conformismo inútil y efímero). Y me pregunto por qué elegimos sufrir hasta en esas situaciones que deberían ser placenteras y por qué nos sometemos con libre albedrío a situaciones que nos hacen sufrir. En fin, me pregunto ¿Por qué las mujeres teñimos siempre nuestras vidas con drama?